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lunes, 31 de octubre de 2011

La mulata de Córdoba

Para esta noche de Muertos, les dejo una leyenda muy famosa del México Colonial...


En la época del México Colonial, se dice que existió una mujer de extraordinaria belleza, de apariencia recatada y se mostraba a la sociedad como una persona muy católica, era una dama exquisita y de muy buen carácter, pues siempre se mostraba alegre.

Era tal la atracción que provocaba que muchos hombre ricos y famosos lucharon por conquistar su corazón, sin lograrlo; para conquistarle llevaban serenatas, le hacían llegar regalos, pero no hubo un solo hombre al que ella se dignara dirigirle si quiera una mirada de amor.

Esta situación desde luego causaba algún tipo de resentimiento en algunos caballeros rechazados, y que por el coraje, decían que la mulata estaba enamorada del mismísimo diablo.

De este tipo de habladurías empezaron a correr por toda ciudad, diciéndose que la mujer se dedicaba a la magia y a todo tipo de artes adivinatorias; que también sabía hacer maleficios y en fin, que tenía pacto con el demonio para obtener todos esos poderes que ella poseía. Algunos llegaron a afirmar que dentro de su casa salía un penetrante olor a azufre.

Las malas lenguas dejaban correr la versión de que en las noches de luna la veían salir volando por encima del techo de su casa y con dirección a la fiesta que hacen los brujos y hechiceros para adorar a Satanás.

Sin embargo en su vida cotidiana la mulata era una persona católica; acostumbraba ir diario a Misa y recibir los Sacramentos, socorría a los necesitados, etc., pero aún así se le creo la fama de bruja y por ello todos los que le veían pasar por la calle rezaban alguna oración, besaban alguna medalla o se encomendaban al Santo  de su devoción y todo por el temor que les provocaba esta mujer.

Eran tantas las cosas que se decían de ella, que algunas rayaban en lo descabellado, como el caso de que si alguien tenía un deseo que se pudiera considerar irrealizable, o si bien, se deseaban alcanzar un amor imposible, se podía acudir a la mulata de Córdoba, y quien con elixires o diversos conjuros, lograba obtener para esa persona dichos bienes. Estos servicios los proporcionaba gratuitamente, no obtenía un solo centavo de utilidad por estos prodigios, y este era la razón precisamente de llamar la atención en toda la ciudad de Córdoba, pues si no cobraba por estos servicios, surgía  la elemental pregunta: ¿De dónde obtenía tanto dinero?.

Y es que además de las diversas caridades que realizaba, vivía lujosamente. Su casa era muy hermosa, se encontraba decorada con muebles y enseres muy caros, ella se vestía lujosamente y se adornaba con joyas exquisitas.

Otra cosa que llamaba mucho la atención y que en más de alguna dama ocasionaba envidia, es que siempre permanecía joven y bella, pasaban y pasaban los años y en su rostro hermoso no se dejaba sentir el paso del tiempo, al contrario cada día rejuvenecía  y se encontraba más hermosa. Su fama corrió no nada más por la ciudad de Córdoba, sino que aún en México se entraron de los prodigios que realizaba, hasta que por fin llegó a oídos de la Santa Inquisición, y este tribunal se apresuró antes de que la mulata hiciera uso de sus magias para adivinar que iban por ella, y por lo tanto corrieron a apresarla y fue traída a la cuidad de México.

Para traerla, le esposaron manos y pies con unas argollas y la metieron en una jaula, y así fue puesta a disposición del Tribunal del Santo Oficio.

Grande fue la sorpresa que causó su traída a los habitantes de la ciudad, ya que todos salían a las calles para ver a la famosa hechicera; las multitudes se apretaban en las calles para poder divisarla y ella dentro de su jaula, miraba con sus ojos enigmáticos a los que le rodeaban, y éstos, al sentirse acariciados por la mirada de la mulata, sentían un vago estremecimiento de temor.

Llegó por fin al tribunal y de inmediato fue introducida a su celda; según se dice, penetró con mucha calma, sonriendo como si no pasara nada de importancia. Dio inicio su proceso y después de pasados algunos mese, en los que se presentaron pruebas y testigos, se le dio sentencia y como era de esperarse, se le declaró culpable y fue sentenciada a la confiscación de todos sus bienes y ser quemada viva en la hoguera, como se prescribía que debían serlo las brujas y hechiceras.

Publicada la sentencia por medio del pregonero correspondiente, se comenzaron los preparativos del acto de Fe, donde debería acudir la ciudadanía a verlo,pues ganaban indulgencias por asistir a dichos actos. La gente empezó a preparar sus ropas de lutos y a cubrir sus balcones con ropas negras.

El acto de fe consistía en llevar a la hoguera a la famosa mulata y también a los herejes, bígamos y luteranos. Así mismo, también se iba a ejecutar a una bruja, que mediante artificios satánicos hizo traer a su amante de lejanas tierras en tan solo dos días, tiempo en que la Inquisición suponía que no era posible en las formas naturales para trasladarse a cientos de leguas de distancia.

Un día antes de la ejecución de la mulata, ocurrió algo extraordinario que llenó de asombro a toda la población. ¿Cuál sería la sorpresa de la gente, al enterarse que la mulata de Córdoba había desaparecido de la cárcel donde se encontraba! ¿cómo sucedió esto?.

Se dice que al entrar por la mañana el guardia de la prisión a darle su desayuno, vio a la mulata elegantemente vestida, con un traje de tela impermeable de color verde, adornado con flores, cubría su cuello con finos collares y toda la hermosa mujer olía a un finísimo perfume. La mulata recibió al carcelero con una sonrisa y le mostró de manera amable un barco que ella había pintado en la pared, pero sorprendía la perfección con que el trabajo había sido ejecutado.

Sin decir más, la mulata plegó su falda dejando ver sus zapatos de suela de corcho, adornados con tiritas de plata; le hizo una reverencia al guardia y saltó con suma agilidad a la nave, desplegó sus velas; y de repente sopló un gran viento y se fue alejando, entre las sombras de la cárcel has que la embarcación se fue perdiendo de vista y sólo se lograba divisar a lo lejos, la mano de la mulata, haciendo un grácil adiós, hasta que por fin se perdió en la negrura del calabozo dejando una estela de olor como de rosas frescas.

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