El ayuntamiento de Auckland (Nueva Zelanda) tiene entre manos un ambicioso proyecto para despejar el tráfico en la ciudad. Un túnel de ferrocarril, que costaría 2.600 millones de dólares, destinado a acabar con los atascos y fomentar el uso de la red de trenes. El plan ya estaba cuidadosamente diseñado, y el consistorio listo para aprobarlo. Pero en su camino se ha interpuesto Horotiu, un legendario monstruo de los pantanos.
Horotiu, según las creencias de los indígenas maoríes, es un "taniwha". Esto es, una criatura con forma de tiburón gigante o ballena que habita en lo más profundo de mares, ríos y lagos, perteneciente a la clase de los «katiati»: guardianes protectores de gente o lugares, y por tanto muy respetados en el culto maorí. Sin embargo, según advierte Glenn Wilcox, miembro del Consejo Estatutario Maorí —que vela por los derechos de los indígenas—, la benevolencia de Horotiu puede revertir si se le enfada:«Los "katiati" protegen a la gente. Pero también se levantan y te muerden si no les gusta lo que estás haciendo».
Y al parecer, al monstruo marino no le gustaría nada que se construyese el túnel, puesto que implicaría destruir los terrenos que, aseguran los indígenas, están bajo su protección. Según el diario australiano Sidney Morning Herald,el ayuntamiento ha tomado nota de las quejas de los maoríes, devolviendo a la mesa el ambicioso proyecto. El Consejo Estatutario Maorí ha admitido que sus requisitos han sido atendidos, aunque para ello han tenido que gastarse miles de dólares en una campaña de relaciones públicas que advertía sobre la amenaza de la criatura.
No es la primera vez que un monstruo choca con un proyecto municipal neozelandés. En 2002 se detuvo la construcción de una carretera entre Auckland y Hamilton cuando varias personas protestaron porque atravesaba los dominios de otro «taniwha», al que incluso se responsabilizó de varias muertes que sucedieron en el tramo «protegido». Ranginui Walker, un anciano maorí, afirmó entonces que hay que «aplacar a los demonios, dioses y "taniwhas" locales», y no «tentar a la suerte». Ahora queda en manos de Auckland decidir entre seguir soportando atascos o exponerse a la furia de una milenaria criatura de los pantanos.
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