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lunes, 2 de abril de 2012

El lado oscuro de las muñecas Barbie: pornografía infantil, psicósis, depravación y decadencia



Un par de proyectos artísticos dejan al descubierto el lado oscuro de Barbie: asesinatos seriales, infidelidad y alcoholismo, son algunos de los elementos que envuelven en sombras a la muñeca más popular de las últimas décadas. 

Corría el año de 1959. Miles Davis grababa su mítico álbum Kind of Blue, Fidel Castro tomaba las riendas de Cuba, el Dalai Lama inauguraba su largo exilio de tierras tibetanas, Hawai se convertía en la entidad 50 de Estados Unidos y salía al mercado la primera Barbie. Diseñada por Ruth Handler para la marca Mattel, la muñeca recibió su nombre en honor a Barbara, la hija de su creadora. Y a pesar de que los ejecutivos de la línea infantil de juguetes se mostraron un tanto escépticos ante la idea de lanzar al mercado una muñeca con cuerpo adulto, y que tras su lanzamiento escandalizó a las madres de muchas niñas, la Barbie, cobijada por una de las primeras estrategias de marketing que se aplicaron a un juguete, no tardaría en popularizarse entre cientos de miles de niñas alrededor de Estados Unidos y eventualmente en decenas de países...

Con el paso de los años Barbie —además de ser, tal vez, el juguete más popular del planeta— se consagraría como un ícono de la cultura infantil de Occidente, un símbolo en el cual convergen la inocencia, la frivolidad y la aspiración. El esbelto cuerpo, los pechos siempre firmes, la ausencia de genitales y su cabello predominantemente lacio y rubio encarnarían el sueño de millones de niñas que, cuando creciesen, deseaban tener un cuerpo así, “como el de la Barbie” —esto a pesar de que se ha comprobado que las proporciones de la muñeca serían algo grotesco si se llevasen a una persona realPosteriormente, con la consagración del consumismo como religión y del marketing como una especie de escritura sagrada que decodifica la voz de la divinidad, así como de nuevas modas en torno al cuerpo humano, especialmente el femenino, la Barbie encontraría tierras fértiles para sembrar su reinado dentro de la cultura pop infantil: bonita, cuerpo “perfecto”, rodeada de amigas y accesorios —incluidos vistosos coches deportivos o mansiones. Obviamente, para complementar su mundo rosa, no podía faltar Ken, su contraparte masculina, un novio caucásico, casualmente fornido, siempre sonriente, con dentadura blanca y peinado eterno. Incluso terminaría representando el lado artificialmente sexy del sueño americano. Y si tomamos en cuenta que el tan coqueto cuanto inaccesible estilo de vida de Barbie se convertiría en una guía de existencia para sus propietarias, aquellas niñas que estaban en proceso de formar una identidad y que estaban ávidas de incluir en su vida referencias para orientar sus sueños, entonces podemos fácilmente imaginar los efectos poco deseables que Barbie ha aportado a la infancia de varias generaciones. 

Así que a continuación, y a manera de un antídoto ontológico-cultural para contrarrestar los efectos de la Barbiesación de nuestros niños, recorreremos un par de estas iniciativas, las cuales quizá sería pertinente mostrárselas a nuestras hijas, hermanas pequeñas, sobrinas, etc., con el fin de realizar un experimento didáctico, aunque cabe aclarar que mi condición es muy lejana a la pedagogía y probablemente la sugerencia anterior deba asumirse solo como una broma, no lo sé.

Probablemente por lo anterior, tanto por la eufórica popularidad que ha generado esta muñeca como por los cuestionables efectos de su existencia, es que la Barbie ha sido objeto de múltiples proyectos artísticos, particularmente fotográficos, en los que se le utiliza como protagonista de entornos opuestos a la rosada irrealidad que propone el marketing que promueve este producto. 

No puedes llegar a ser una Barbie sin utilizar un océano de peróxido, 27 cirugías plásticas y una completa falta de inteligencia. Me irrita enormemente que este sea el juguete que muchas madres dan a sus hijas para emular. Detrás de la perpetua sonrisa repleta de lipstick florece el corazón oscuro de una verdadera sociópata, tal como sucede en la vida real. 

A diferencia de Clayton, quien tiene como objetivo hacer una explícita crítica a la Barbie como modelo a seguir, en el caso de Haney todo comenzó como un “chiste visual”, inspirándose en la posibilidad de que la muñeca “mantuviera su radiante sonrisa ante los contextos menos apropiados”. Ya con el tiempo, y a pesar de que su secuencia fotográfica es mucho más sutil que la de su colega, Haney comenzó a percibir las contradicciones implícitas en la figura de esta muñeca y a definir sus fotografías como una más de las múltiples críticas que ha inspirado Barbie:

Fui capaz de llevarlo mucho más allá que la broma inicial, en buena medida debido a que la propia muñeca encarna gran contradicción. Se comercializa como esta especie de Madonna estadounidense frente a las niñas pequeñas, pero si la analizas como un adulto, particularmente su cuerpo y su vestimenta, entonces parece ser la fiel representación de una ramera. 

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